Por Susana Alfonso
La reina del baile (Anagrama, 2023) es la última publicación de Camila Fabbri (Buenos Aires, 1989), escritora y directora, colaboradora de distintos medios culturales y literarios.
Ha dirigido cuatro obras teatrales y la película Clara se pierde en el bosque (2023), presentada a concurso en la sección Horizontes Latinos de la 71 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
Tiene en su haber dos libros de relatos: Los accidentes (2015) y Estamos a salvo (2022), y una novela de no ficción, El día que apagamos la luz (2021). Ha sido traducida al inglés, francés, italiano y chino.
La reina del baile es su primera novela de ficción, que le ha supuesto ser Finalista del Premio Herralde de Novela. Esto ha contribuido a que, de inicio, ocupe un lugar privilegiado en las librerías, aunque después, al difundirse sus virtudes por el boca a boca, se haya ganado por méritos propios mantenerse en ellas durante semanas.
Sin embargo, no puedo afirmar que estemos, precisamente, ante una obra cómoda de leer; pero es en ello donde reside su verdadero valor.
La narración en primera persona de Paulina, el personaje principal, comienza contándonos que se encuentra atrapada en el interior de su coche, sin poder moverse, tras haber sufrido un aparatoso accidente. En esos instantes no recuerda quién es la chica de quince años que les acompaña a ella y a «su» perro Gallardo.
Así arranca el relato, que fluctuará entre el momento actual, en el que divaga inmóvil a la espera de que la evacuen y su estancia en el hospital, y su vida, en cuya exposición pone la atención sobre todo desde la ruptura con su novio Felipe y en un viaje que lleva a cabo con su compañera de trabajo Maite, a casa del padre de esta.
La reina del baile tiene una narrativa aparentemente directa, compuesta de oraciones cortas, pero que, sin concesiones, se enraíza en una profundidad que surge de la pluma certera de Camila. Pequeñas píldoras son detonadas por la autora durante el devenir de los hechos a modo de silenciosas granadas que irrumpen en nuestra lectura, dejando al lector un poso abismal, lejos de la indiferencia.
Su escritura provoca cierta «aspereza», muy pertinente para los temas que trata durante la novela e inherente a ellos, aunque es ahí donde reside su maestría; la forma se adhiere como si de su propia esencia se tratara con el contenido.
La soledad es el tema que sobrevuela como el gran exponente de este libro, una de las importantes «enfermedades» del individuo, especialmente desde finales del siglo xx, y que parece haberse implantado en nuestra sociedad, cada vez más tecnológica. También se manifiesta en la sensación de «abandono» que Paulina siente al haberse roto su relación, algo palpable en párrafos estremecedores: «Si tuviera algún otro interlocutor dentro de mi autor le diría ahora mismo que estoy empezando a entender que estar sola en el globo puede parecerse mucho a perder una parte del cuerpo» o «No está el perro, no está la chica, no está Maite, no está mi madre, no está el hombre rosado, no está Felipe. Otra vez sola no, por favor. Otra vez no».
Sin embargo, otro asunto surge de manera inesperada avanzado el final del libro como abanderado de la historia y con el desasosiego —por ese decir y no decir— que precisa: los abusos, algo que nos deja noqueados durante la lectura.
Ideas satélites giran alrededor de estos núcleos argumentales: la necesidad de exhibirse, de gustar y recibir likes en las redes sociales; la falsedad implícita muchas veces en la fingidas personalidades creadas; la búsqueda de sexo y compañía; la maternidad; la pena que produce la distancia, descrita con sutileza por Fabbri —«Alejarse de alguien es un maratón de imágenes saturadas»—; el continuo ruido exterior, que se entrelaza con el que está inmerso en nuestras cabezas; la importancia de no alterarse, pues la locura está al alcance de todos; la imperiosidad de tener pareja, que se convierte en algo familiar; cómo la intimidad puede convertir en cierto algo falso…
En definitiva, pensamientos, cuestiones inquietantes, nada intrascendentes, que te remueven y te hacen recapacitar ante ciertas aristas toscas de la vida, pero que es importante que sean planteadas en textos tan valiosos como La reina del baile.
Una novela así es indispensable, una voz como la de Camila es imprescindible y una distinción como la que ha recibido es obligatoria para llamar nuestra atención, sacarnos del confort editorial y tener la oportunidad de ser zarandeados por unas páginas perturbadoras llenas de méritos. No resulta del todo fácil, pero hagan el esfuerzo de entrar en su interior. La recompensa de reflexionar siempre vale la pena.